Ni el expresidente Hipólito Mejía, ni monseñor Agripino Núñez Collado, pueden ponerse bravos si la sugerencia del primero de que el exrector de la PUCMM sea uno de los mediadores en el diálogo propuesto por el gobierno y distintos sectores de la vida nacional es considerada un retroceso, una vuelta atrás a tiempos que deberíamos haber superado. Nadie discute, como afirma el expresidente, que Núñez Collado “ha demostrado con hechos su capacidad mediadora”, ni que ha estado presente en la búsqueda de soluciones a todas las crisis electorales que ha vivido el país en las últimas décadas. Pero el hecho de que, en pleno siglo XXI, estemos proponiendo sacarlo de su plácido retiro para ponerlo a bregar con una crisis de esta magnitud, es reconocer el fracaso de una democracia que necesita muletas para caminar sin tropezones ni caídas dolorosas. De ese fracaso, también hay que reconocerlo, es responsable nuestra clase política, que desde que la República empezó a gatear ha preferido servirse de sus reglas, o acomodarlas a sus ambiciones e intereses, en lugar de fortalecerla y consolidarla, razón por la cual nuestra Constitución ha sido tantas veces ultrajada. Sé que alguien podría recordarme, en ánimo de justificar la propuesta del expresidente, que el componente más peligroso de esta crisis electoral es, precisamente, la ausencia de mediadores confiables para todos, a tal punto que hemos tenido que llamar a la OEA, de ingrata recordación, para que nos ayude a salir del atolladero en que nos hemos metido. Pero poner a Núñez Collado a desenredar este embrollo solo servirá, además de proporcionarle material para un segundo tomo de sus memorias, para recordarnos que la democracia dominicana se encuentra empantanada en sus vicios y debilidades, incapaz hasta de producir un relevo que pueda dar continuidad a la obra de quien ha sido considerado el mediador por excelencia de nuestras eternas garatas y desencuentros.