Un restaurante de playa fantástico con un paisaje encantador.

Por Fernando Despradel
Hoy es viernes y nos hemos dado la libertad de incluir un agradable tema, como es una buena oferta gastronómica, rodeado de buen servicio y otros atributos.
A sólo 84 kilómetros de Santo Domingo está el pobladito de Salinas, a 1hora, 45 minutos a marcha de paseo.
El trayecto incluye la ciudad de de Baní (con la Circunvalación será optativo) y los pueblos de Sombrero, Matanzas y Calderas con vistas siempre agradables de su gente hacendosa y progresista.
Llegar a Calderas con su impresionante base naval y los astilleros es siempre una grata experiencia.
Frente a la base hay una comunidad de iguanas que convive con un rebaño de chivos, posando para los visitantes.
No podía quedar fuera de esta experiencia las dunas, con una puerta controlada para visitantes que quieran vivir la experiencia del desierto y una exótica vista.
Como si llegaramos en automático nos detenemos en el parqueo del restaurante Bahía de los Piratas.
Junto a la playa, con doble abordaje; desde la calle y de la playa.
Posee varios ambientes, regularmente seleccionamos la amplia terraza, esta vez con un mobiliario remozado y de mayor calidad.
La vista aunque la hayamos disfrutado en múltiples ocasiones siempre cautiva e impresiona.
Salinas está ubicada entre dos bahías, la de Calderas al este y la de Ocoa al oeste.
Al fondo unas colinas que van degradándose hasta rendirse en las playas.
A más distancia, están las impresionantes montañas de la Cordillera Central.
La comida que sirven en el restaurant de Los Piratas basada en pescados y mariscos se percibe fresca, bien sazonada y cocida.
El tiempo que demora desde el pedido hasta servirla, pasa volando.
El consenso es generalizado entre los del grupo de satisfacción y placer por una buena comida.
Divisando los yates, veleros, yolas.. atracados en la marina es parte del maravilloso ambiente.
Con cierta frecuencia divisamos las llegadas de yolas repletas de pescados de todos tamaños y variedades, con razón la comida tiene ese sabor tan natural.
Lo que más nos sorprendió al final, cuando solicitamos la cuenta, resultó en un precio increíble por un festín como el que habíamos disfrutado, conjuntamente con atenciones esmeradas del personal, como si estuvieramos en el pasado, dos décadas atrás.
El regreso no puede faltar un majarete en una pequeña plaza después de Calderas y mangos de todas las variedades en su «estado natural».
Creo que hago justicia por todo el grupo por un buen servicio, unos platos preparados con esmero, dedicación y pensándolo bien con la materia prima en la orilla el precio es correcto y reivindicativo, lo que nos borra las negativas experiencias de otras playas.