Por David Álvarez Martín

El asalto al Congreso de los Estados Unidos orientado por Donald Trump el pasado miércoles por la tarde para impedir la validación del triunfo de Biden-Harris era previsible. Poco pasó. Los terroristas de la facción trumpista iban preparados para colocar bombas e incendiar la sede del principal poder del Estado norteamericano.

En todas sus expresiones políticas durante los últimos cinco años el trumpismo ha mostrado la voluntad de ejercer la violencia como herramienta política, la coacción como mecanismo de influencia y la indiferencia frente al valor de la vida humana.

Las miles y miles de muertes por la epidemia que siguen ocurriendo cada día en Estados Unidos son en su mayor parte fruto de la falta de compromiso de la presente administración gubernamental con la salud de su pueblo. El miércoles se sumaron 4 muertes en el asalto al Congreso a los más de dos mil que murieron ese día por la falta de previsión de dicho gobierno frente a la pandemia.

El uso de la violencia callejera en contextos políticos tiene muchos antecedentes, basta recordar como el fascismo en Italia y el Nacionalsocialismo en Alemania se valieron de esos métodos para subir al poder. En el caso dominicano tenemos tristes evocaciones como los paleros, pandilleros trujillistas que atacaban a quienes buscaban la democracia con la caída del sátrapa, o la banda colorada, terroristas que mataron a muchos jóvenes operando como aparato parapolicial durante la dictadura balaguerista.

El trumpismo, con el que algunos actores dominicanos en el gobierno y la oposición se sienten identificados, tiene una mezcla perversa de pulsiones entre las cuales se encuentran la misoginia, el autoritarismo, el racismo, el odio a la ciencia, una religiosidad fanática y la obsesión por la acumulación y uso de armas de fuego.

Es parte de un conjunto de movimientos populistas que al igual que el nazismo propagan mentiras y teorías falsas como forma de someter la voluntad de poblaciones pobres y poco educadas. Esta corriente política incluso ha logrado que líderes religiosos, evangélicos y católicos, defiendan -y siguen defendiendo hoy día- a Donald Trump.

Las tareas que le esperan a Biden-Harris, ahora con el apoyo pleno del Congreso en sus dos cámaras, y el respaldo indudable de los Republicanos moderados que están tomando distancia de Trump, son inmensas. Controlar la pandemia, recuperar la economía y sobre todo disminuir el grado de fanatización ideológica de muchos estadounidenses.

En el caso dominicano, gracias a Dios, los fanáticos y chauvinistas no representan políticamente más de un 4%, medido por los resultados electorales de las últimas dos décadas. La sociedad dominicana dio cátedra de como hacer un cambio político durante el año pasado, enfrentado una elección fallida, el uso grosero de los recursos públicos por parte del gobierno pasado y la pandemia.

Es hora de que tengamos el orgullo de reconocer que podemos enseñarle a los estadounidenses de como ejercer la democracia electoral sin el uso del terrorismo político.