Por Claudio Acosta
Aquí todos sabemos, porque nos conocemos todos, que a Waldo Ariel Suero, el aguerrido presidente del CMD, nunca le darán un premio por su prudencia y sensatez, pero su desfasado luchismo está legitimado por el respaldo que ha recibido de sus colegas –ha dirigido cinco veces el gremio– para capitanear sus luchas reivindicativas. La marcha al Palacio Nacional para exigir el cumplimiento de los acuerdos suscritos con el Ministerio de Salud siempre fue mala idea, además de ser claramente inoportuna en medio de los preparativos para enfrentar al coronavirus, un enorme desafío para un país que tiene un sistema de salud tan precario. Pero eso no justifica que a la insensatez de Waldo Ariel y los médicos que marcharon hasta la Casa de Gobierno, ejerciendo un derecho constitucionalmente consagrado, se le responda coartando ese derecho a golpes, el tipo de mensaje que los ciudadanos nunca debemos ignorar, aunque parezca exagerado decirlo, si no queremos amanecer un día en medio de una dictadura. ¿Qué amenaza para la seguridad del Estado representaban esos médicos? Esa pregunta deben responderla, porque deben ser los mismos, los que mandaron a tirarle bombas lacrimógenas a los jóvenes que empezaban a congregarse en la Plaza de la Bandera para protestar por la suspensión de las elecciones, una estupidez que convirtió esa pequeña chispa en un gran incendio que todavía no se apaga. Aquella torpeza ya tuvo sus consecuencias, de todos conocidas, y esta nueva metida de pata también las tendrá, pues lo que menos necesitan nuestras autoridades de salud, obligadas como están a concentrar esfuerzos y recursos en enfrentar el coronavirus, es otra insensata protesta de Waldo Ariel y los médicos que nos hará mucho más vulnerables a una pandemia global que en nuestro caso, un paraíso tropical que vive del turismo, puede tener consecuencias catastróficas.