Debemos ser creativos para incentivar la lectoría de libros.

Por Fernando Despradel
Me ha dado mucho gusto y hasta envidia cuando he visitado Madrid y percibo el entusiasmo desbordante de los madrileños por la lectura.
En las paradas de trenes y autobuses los puestos de ventas acusan un alto nivel de clientes.
Estos kioscos exhiben libros que se mueven acorde al lanzamiento de nuevas obras y preferencias del público.
Como es natural los bestsellers ocupan lugares privilegiados en dichos establecimientos.
La última vez que estuve en esta maravillosa ciudad las novelas de Ruiz Garzón estaban arrasando en las preferencias del público.
En ese tiempo el diario El País ofertaba a sus lectores de fin de semana textos casi regalados.
Similar estrategia desarrolló en el patio el desaparecido matutino El Siglo.
Se me ocurre que un mini furgón bien  decorado, convertido en «librería rodante»  pudiera ubicarse en parques, residenciales, parqueos de centros comerciales e instituciones ofertando libros de autores criollos de todos los géneros: infantiles, novelas históricas, de ficción, cuentos, poesías, etc. con buena dinámica de promoción e incentivos.
Los departamentos de recursos humanos de empresas e instituciones debieran mover recursos para incentivar entre sus colabores la lectoría de textos de autores criollos, celebrando hasta certámenes para inyectar más entusiasmo.
No es necesario el gasto millonario y el aparataje fanfarrón que desvirtuaría los propósitos esenciales.
Simple, sencillo y bien intencionados «promotores culturales» pudieran lanzarse con un plan ejecutable a «sembrar las semillas de la cultura» con resultados óptimos.

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