Por Ana Blanco

No necesitamos anclas. Cosas en nuestra vida que permanezcan invariables. Personas que sean nuestro referente y sobre todo nuestro refugio.

Es así, por mucho que nos vendan la idea de que podemos comernos el mundo, de que las posibilidades son infinitas, no es posible hacerlo solos.

Y por esa misma razón, no debemos dar esas anclas y esos referentes por sentados, pensar que están ahí siempre disponibles, aun cuando solo recurrimos a ellos cuando los necesitamos.

Todo es demasiado frágil, la vida es demasiado frágil. Puede cambiar en segundos y sin aviso, si eso pasa y no tenemos de dónde aferrarnos todo se desmorona.

Puede que mis palabra suenen tristes. Es cierto. Lo estoy. Estos días he vivido pérdidas que me recuerdan que tengo que cuidar aquello que amo, que tengo que dejar de dar por seguras muchas cosas por el afán de lograr otras.

Al momento de la verdad, de esa despedida que todos vamos a vivir, qué es lo que queda, qué es lo realmente importante.

No quiero llegar a ese momento haciéndome estas preguntas, me gustaría llegar pensando que lo descubrí y lo cuidé antes, no cuando ya no era posible.

Nadie está preparado para decir adiós para siempre. Pero por lo menos saber que en las oportunidades que nos dio la vida supimos valorar aquello que importa y las personas que importan.

Escribo esto porque sé que muchas personas viven momentos difíciles y hablar de ellos es una forma de entenderlos. Vivir la tristeza es el camino para superarla, y solo espero estar ahí para quien me necesite y aquellas personas que me sustentan sepan que son importantes, únicas y le dan sentido a todo lo demás. Valoremos el día de hoy que nos permite acercarnos a ellas y darles un abrazo. Lo demás, sobra.