Por Jose Baez Guerrero

Hace unos años escribí que nada como un huracán para resaltar las diferencias socioeconómicas en Santo Domingo o entre nosotros y los países vecinos. Lo medité tras almorzar en un restaurante español lleno de empresarios, políticos, abogados y periodistas, jovencitas y turistas.

El plomizo cielo mandaba caldos y asopaos… La escena habría irritado o incordiado a quienes a esa hora eran evacuados de riberas de ríos capitaleños, por no hablar del interior. En Haití, vimos en nuestros iPhones, era el desastre; la naturaleza es más cruel cuando el hombre vive sin autoridades.

En Santiago de Cuba, en ese instante, guardias y la defensa civil desmontaban luminarias y equipos eléctricos en riesgo de dañarse, recogían ciudadanos en áreas de peligro y a diferencia de Haití nadie temía que sus hogares fueran asolados por vándalos tras refugiarse. El Caribe posee su manera peculiar de limpiar las venas podridas de sus islas, dije en unos versos de “La Cura del Deseo”. La fragilidad humana difícilmente se aprecia con centollos y langosta en la mesa…