7 Cosas que dejará el Covid- 19.

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Una verdadera policía sanitaria global
La Organización Mundial de la Salud (OMS) deberá revisar sus políticas y procedimientos de vigilancia epidemiológica global. Y esto no será fácil, pues sus decisiones dependen de los intereses de los gobiernos que representan a los países en su seno. Por eso su vacilación inicial en calificar al brote de COVID-19 como una pandemia. Por eso también sus limitados poderes para controlar los focos donde se originan estas enfermedades virales, especialmente debido al consumo humano de especies exóticas sin ningún tipo de control sanitario en países superpoblados como China. Una policía sanitaria global sería una solución factible, pero habrá resistencia de regímenes autoritarios como China o incluso de populistas como Donald Trump.

Viajar por aire y por mar con más controles y restricciones
Viajar en avión deberá ajustarse a la realidad de las enfermedades infecciosas que circulan fácilmente de un país a otro. Probablemente el control de pasajeros con fiebre será una práctica común. Viajar con fiebre ya no será una opción para todo el mundo, solo en casos en que la persona pueda justificar con un certificado médico las razones de la fiebre y su necesidad de tomar un avión. Algoritmos que procesen grandes cantidades de datos y con capacidad de deep learning (aprendizaje profundo) podrían designar a ciertos viajeros como de alto riesgo y asignarlos a una lista de no flight. Ya lo están haciendo en China, combinando drones que toman la temperatura de las personas y apps que indican si son de bajo, medio o alto riesgo. Si la app determina que la persona es de alto riesgo, se le prohíbe el acceso a la red de transporte público.

La industria de los cruceros tendrá que cambiar su modelo de negocios. Se acabarán los megacruceros de tres mil y más pasajeros, que incluso antes de la crisis del coronavirus ya representaban riesgos para la salud de los turistas y de la tripulación. La industria tendrá que volver a barcos más pequeños, cambiar sus prácticas sanitarias e instalar controles para descartar turistas con alto riesgo de contagiar a otros pasajeros.

Los antivaxx serán vistos como enemigos públicos
Los militantes contra las vacunas (conocidos como antivaxx), que han ganado cierta notoriedad en estos años y son, quizá de alguna manera, responsables de la reemergencia de brotes de enfermedades como el sarampión y la rubéola, serán considerados de ahora en adelante como verdaderos enemigos de la sanidad pública global. ¿Por qué? Muchos laboratorios en el mundo trabajan en la formulación y prueba de una vacuna contra COVID-19. Si la vacuna es exitosa y ayuda a detener la pandemia, los antivaxx tendrán muchas dificultades en difundir sus argumentos contra las inmunizaciones.

Las farmacéuticas, unas de cal y otras de arena
Es cierto que cada pandemia global es una gran oportunidad de negocios para las empresas farmacéuticas y de biotecnología (pensemos, nada más, en el negocio que representan los tratamientos para controlar el VIH-sida). Pero la industria y los gobiernos han aprendido de pasadas experiencias. Las pandemias y enfermedades endémicas crean mercados públicos que incentivan el desarrollo de medicamentos y vacunas, pues la cobertura la garantizan los gobiernos (un ejemplo son las vacunas para prevenir la diarrea por rotavirus o para prevenir el virus de papiloma humano, VPH).

Sin embargo, la presión de los gobiernos, los enfermos y los activistas sociales ha logrado en el pasado que las empresas farmacéuticas acepten bajar los precios de sus medicamentos e incluso que acepten (de mala gana) que versiones genéricas de sus productos sean fabricadas en países como la India. La conciencia del peligro global que representan estas nuevas enfermedades infecciosas hará que los gobiernos exijan a las farmacéuticas y empresas biotecnológicas precios accesibles, asegurándoles al mismo tiempo grandes volúmenes.

La salud es un bien colectivo
Por si quedaba alguna duda, la idea según la cual la salud es un asunto meramente individual ha quedado muy desprestigiada con esta pandemia. Claro que la gente tiene que asumir su responsabilidad y mantenerse razonablemente saludable (no fumar, comer sano, hacer ejercicio, manejar el estrés, etc.). Pero la pandemia nos está diciendo de forma brutal que la salud es un asunto colectivo. Que la salud de una persona depende del comportamiento de otros. La experiencia de cuarentena colectiva que se está viviendo en España, Italia, Venezuela, y que se podría extender a muchos otros países, marcará un antes y un después de COVID-19.

Pero más importante aún es la idea de que un sistema de salud pública es más necesario que nunca. Que el acceso universal a los servicios médicos y de hospitalización es un derecho de todos los ciudadanos, no solo porque tengan derecho a ser tratados cuando se enferman, sino sobre todo porque es la mejor manera de prevenir y controlar situaciones de pandemia como la que estamos viviendo.

Las redes sociales bajo la mira
Las redes sociales han mostrado al mismo tiempo su utilidad y su lado más perverso. Son medios muy útiles para informar y alertar al público sobre las medidas que toman los gobiernos, los consejos de los expertos y las noticias de fuentes confiables sobre lo que está ocurriendo. Pero también han mostrado que son máquinas de rápida difusión de rumores sin fundamento, teorías conspirativas delirantes, remedios milagro, escenas grotescas y de contenidos llenos de prejuicios e incluso racistas.

La curaduría de contenidos será cada vez más importante, como ya lo están haciendo las grandes plataformas como Google, Facebook y Twitter, con el fin de orientar al público sobre las fuentes confiables de información sobre la pandemia de COVID-19. Claro que la responsabilidad individual es también importante para evitar la difusión de contenidos alarmantes e incorrectos. Usuarios menos impulsivos, más racionales y más cautos deben contribuir a promover la buena información sobre el coronavirus.

Más transparencia, más rendición de cuentas
La tentación de ocultar y manipular la información en tiempos de pandemia es grande, especialmente por parte de regímenes autoritarios. Pero el mismísimo régimen chino tuvo que enfrentarse a la indignación de su población por haber presionado al joven médico de Wuhan que denunció por las redes sociales la aparición de los primeros casos y que después murió a causa del COVID-19. E incluso, políticos como el presidente Donald Trump, que había abordado la gestión de la pandemia con un discurso que minimizaba el impacto económico y sanitario de la crisis, ha tenido que rendirse a la evidencia de que la pandemia durará más de lo que él hubiera querido, y que tendrá consecuencias sociales y económicas que él no hubiera deseado en un año electoral.

La transparencia en la información al público es esencial para contener a la pandemia. El público no solo tiene derecho a saber el número de enfermos, el número de fallecidos, el número de quienes se curan, sino que esta información es necesaria con el fin de orientar y persuadir de que se sigan los lineamientos de las autoridades sanitarias para contener la enfermedad.

cedido por Isaac Nahon.