Por Miguel Guerrero

Los afanes nacionales por propiciar la ayuda internacional para socorrer a Haití, son absolutamente comprensibles. Solo que se necesitará mucho más allá de la caridad internacional, para estabilizar a ese país y enderezarlo por el camino de la solución de sus problemas ancestrales.

Además, es obvio que por más ayuda que reciba, no será suficiente para sanear su economía y permitirle encaminarse hacia la lenta solución de sus graves dificultades sociales y económicas, generadoras de una inestabilidad política que compromete no solo su seguridad sino la nuestra y, por ende, la paz regional.

No pretendo desdeñar la importancia de la ayuda exterior, pero la experiencia indica que las políticas de asistencialismo, trátense de personas como de naciones, no tienen plazos y no hay seguridad alguna que permitan aspirar a que en el caso haitiano, como no lo han sido con otros países, puedan ser permanentes.

Por eso he sostenido lo siguiente. Mientras más dependa del flujo de ayuda exterior para encarar sus problemas básicos, Haití no encontrará cómo salir de ellos. Más que nuestra asistencia económica, improbable de mantenerse por siempre o por largos periodos siquiera, dada nuestras muchas dificultades y relativa escasez de recursos, y la de procedencia más allá de las fronteras regionales, Haití necesita que los haitianos se ocupen de sus carencias. Solo así hallarán salida a sus problemas. Les tardará mucho tiempo, es cierto, y tropezarán a cada momento en ese esfuerzo, pero es su única salida.

La mejor de las ayudas que podemos prestarle para garantizarnos nuestra propia seguridad, es mostrarles el camino, que ya nosotros a muy alto costo recorrimos. Si no lo entendemos así, escribamos entonces nuestro epitafio, porque un terremoto social del otro lado de la frontera derribará parte de lo que con sacrificio y tiempo hemos construido. Haití es una deuda haitiana