Haití un año después del magnicidio
Por Juan Lopez
Un año después del cruento magnicidio del presidente Jovenel Moise, acaecido el 7 de julio de 2021, dominicanos y parte de la comunidad internacional, con lamentable preocupación, se preguntan: ¿Cuál es la real situación por la que atraviesa la vecina república de Haití?
Haití va de mal en peor. El caos se impone a la total falta de institucionalidad, razón por la cual todavía no se sabe quiénes son los verdaderos responsables de ese horrendo asesinado ni las causas que los motivaron. La investigación se encuentra estancada, en absoluto limbo. Cuatro jueces que la iniciaron tuvieron que renunciar. El quinto juez investigador tampoco da señales de avances en las indagatorias.
Mientras tanto, las crisis sanitaria, económica y social se profundizan. Más de 4.5 millones que vivían en la pobreza, con una inflación de 12.5 %, un mes antes del magnicidio, ahora aumentó a más de 5.5 millones de haitianos y la inflación supera el 28.5 %, con carencia de importantes productos de la canasta básica familiar. El gourde que estaba a 91 por un dólar, subió a 117 por dólar; situaciones por las que Haití sigue siendo el país más pobre de todo el hemisferio occidental.
La situación política se halla en su peor crisis. Es un escenario dantesco y sin perspectivas positivas a la vista: Henry Ariel, primer ministro de facto y transitorio, es una figura decorativa. Haití no tiene congreso desde hace más de dos años. Las bandas armadas son las que controlan el territorio en base a extorsiones, secuestros, crímenes y robos.
La absoluta inseguridad ciudadana y la grave inseguridad alimentaria provocan las continuas migraciones masivas de haitianos en condiciones infrahumanas y muy peligrosas, malpasando y deambulando por los países de la región.
Las mezquindades, inconsciencia y ambiciones desmedidas de las élites económicas y políticas son las principales causas de las penurias e incertidumbre en que malvive ese empobrecido país. No obstante ser una necesidad prioritaria, ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo en realizar elecciones para elegir sus autoridades. Un año después del magnicidio no existe la mínima condiciones para esa eventualidad:
Haití carece de registro de electores. No existe un organismo que organice las elecciones. No saben cómo salir de ese atolladero. De los 120 grupos que se autoproclaman partidos políticos, solamente 61 de ellos están en supuesta condiciones para participar en unas futuras elecciones, para las que no se ha dado un paso concreto para montar su posible organización.
A ese calamitoso escenario se agrega un “nacionalismo rancio y trasnochado” de las élites económicas y políticas haitianas: Con el “orgullo del buey” rechazan la posible intervención de la ONU, de la OEA y de la comunidad internacional, de quienes solo aceptan y piden ayudas económicas que, como se ha demostrado, no llegan a los sectores sociales necesitados y solo sirven para aumentar la corrupción y riqueza de esas insensibles élites.
Esa penosa realidad haitiana que, con el transcurrir del tiempo se profundiza de más en más, sin vislumbrarse cercanas soluciones; se refleja en varios aspectos en la R. Dominicana: La creciente inmigración de indocumentados, el tráfico de armas, de drogas y mercancías por las porosas fronteras y hasta de posibles miembros de bandas de delincuentes que operan abiertamente en Haití.
Lamentablemente, La vecina república de Haití es un desastre económico, social y político un año después del cruento magnicidio de su presidente, del cual todavía no se sabe nada de los verdaderos autores de ese horrendo asesinato. Las inseguridades ciudadanas y alimentarias son predominantes. Un año después del magnicidio en Haití todo ha empeorado, con un futuro incierto y una pobreza creciente que atemoriza y avergüenza a nuestra América Latina. ¿Hasta cuándo?
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