Por Juan Tomas Taveras

En estos tiempos de pandemia y donde muchos han visto deteriorarse cada vez más los valores éticos y morales; además, de sentir la fe y la esperanza perdidas, hemos hecho un alto para reflexionar sobre la importancia de la palabra y hablar con la verdad sentida en lo más profundo de nuestro ser.

A principio de la década de los 70 apenas comenzaba a comprender pequeñas cosas de la vida, y aún no tenía conciencia de geopolítica y de los conflictos sociales, pero a mis 7 años me grabé una frase que me marcó y me ha impactado toda mi vida, “El respeto al derecho ajeno es la paz” 1867, Benito Juárez.

Cuando en tu hogar se repiten y se practican postulados y acciones de persona noble, y que hablan con la verdad, se quedan en nuestro comportamiento por siempre.

Escuchar en voz de mi padre Juan Ysidro, un hombre noble, cristiano y creyente en Dios, decir: “Un hombre tiene que tener Palabra” “Los verdaderos hombres valen por su palabra” “El hombre de respeto cumple su palabra” “Mi palabra es un cheque al portador” “El hombre responsable honra su palabra” “Yo di mi palabra y tengo que cumplir”.

Siendo testigo de que las acciones y comportamiento de mi padre estuvieron marcados por su coherencia de practicar lo que predicaba y respaldada por una honestidad intachable, además de ser muy solidario y humano con don de gente, por lo que siempre ha estado claro en mi accionar de vida, honrar mi palabra y ser honesto, como decían en mi campo “un hombre serio y de palabra”.

Cuando alguien muestra aprecio y cariño, debemos ser recíprocos y empáticos, debe importarnos todo lo que le pase y sentirnos con la confianza de mostrar la libertad de expresarnos abiertamente con ellos, porque, es lo mejor no tener prejuicios, ser espontáneos y francos.

A muchas personas no les gusta la sinceridad y ser auténticos, sin embargo, yo particularmente, sin eso no podría vivir. Y estamos convencido que las personas hipócritas, doble moral, traidoras, simuladoras, farsantes, ingratas, mentirosas, allantosas, indiscretas, orcopolitas, entre otras malas cizañas hacen mucho daño y son las que hacen difícil ser feliz e impiden vivir en armonía en la República Dominicana.

Gracias a Dios y a la naturaleza que todavía podemos disfrutar de sus bondades, como son los bosques que nos alegran, el sol que nos calienta, el mar que nos conecta, las nubes que emigran con ilusiones, la luna y las estrellas que nos traen melancolía, el arcoíris, la música, el aire y su oxígeno, el viento que nos acaricia con sus múltiples sonidos, entre otros muchos encantos.

Y como persona, también, poseemos el libre albedrío, los sentidos para pensar y razonar como las emociones, la risa, los abrazos, las chispas del amor sano, las miradas sin malicia, los besos espontáneos y todo lo que pueda venir detrás de esos besos… Vivir cada momento al máximo y disfrutar esos pequeños detalles, es lo que nos hace feliz.

Sin temor, afirmo oportuno confesar que siento y creo firmemente en lo que escribo y lo que hablo. Por lo que me atrevo a definirme “que soy un hombre de palabra y soy mi palabra escrita o hablada”.

Siento gran admiración por la cultura japonesa y con perdón de mi patria, me duele decir que habría querido nacer en un país como Japón, pues, en ese país la gente tiene honor, honestidad, respeto a la ley, a los mayores y a la naturaleza, entre muchas otras cosas que los hacen ciudadanos ejemplares en su sociedad y el resto del mundo.

Los poderes que tradicionalmente controlan la vida en sociedad nos han acostumbrado tanto a las mentiras que nos escandalizamos y nos ponemos en peligro frente a la verdad. Y como cuenta la leyenda, las personas prefieren la mentira disfrazada de verdad, que la verdad al desnudo.

Me parece relevante respaldar mi reflexión con este pensamiento que escribí hace diez años: “Nos crían pidiéndonos que digamos siempre la verdad, pero cuando la decimos todos se quejan, se enojan por esa verdad y pocos la soportan. Simbolizamos la diplomacia: el arte de mentir con elegancia y hablar bonito sin decir nada. Aquí radica la causa de los conflictos humanos, solo la verdad nos permite entendernos, las mentiras nos confunden y nos destruyen. No hay doctrina y filosofía más sublime que la verdad.”