Por Ana Blanco

Siempre me ha intrigado por qué los seres humanos, supuestamente inteligentes, hacemos cosas sabiendo perfectamente que nos va hacer daño.

En todos los sentidos, físicos y emocionales. Es como si de alguna manera apagáramos ese clic de sabiduría en nuestro cerebro y se activara ese de ‘no pasa nada’. Claro, sí pasa.

Y cuando ocurre es que en teoría debemos aprender la lección, asumirlo y no repetirlo. Pero eso de tropezar dos veces con la misma piedra es algo que también nos queda perfecto.

Otra de las vertientes de esta realidad es eso de consejos vendo, para mí no tengo. Cuántas personas aconsejan a otras sobre lo que deben hacer, lo que no debe hacer, como verdaderos especialistas de cualquier tema pero, luego, no lo aplican en su propia vida. Creo que en el fondo es un juego de autodistracción.

Todos somos perfectamente capaces de conocer nuestras limitaciones, nuestro cuerpo, nuestra mente y ,de igual manera, de llegar a entender qué es bueno y qué es malo para cada cual. Pero después entra en juego eso de ser entes sociales y ya todo cambia, porque empezamos a tomar decisiones y acciones, algunas conscientes otras no tanto, más en función del lugar que queremos en la sociedad y lo que queremos lograr en ella.

Ahí, justo ahí, es que la balanza se desbalanza y dejamos de pensar en nosotros para lanzarnos a una carrera en la que no importa mucho si dejamos algo por el camino.
No sé, será verdad que los años me están poniendo muy selectiva y cada vez miro más hacia dentro que hacia fuera.

Quizá esa sabiduría de elegir lo que es bueno para uno y desechar lo malo, lo da la edad. Bueno, sólo quizá, porque hay hábitos que el tiempo empeora. Sigo sin respuesta.